martes, 6 de mayo de 2008
Shortbus: Pornografía pretenciosa y aburrida
Shortbus (EE.UU./2006).
Dirección: John Cameron Mitchel.
Con Sook-Yin Lee, Paul Dawson, Lindsay Beamish.
Hablada en inglés.
Presentada por Distribution Company.
Duración: 106 minutos.
Calificación: para mayores de 18 años, con reservas.
Nuestra opinión: mala
Evidentemente, algo ha pasado en el mundo del cine, de un tipo de cine impostadamente transgresor, que no es bueno. John Cameron Mitchel es, antes que cineasta, actor, y como tal hace dos décadas que viene apareciendo en TV. Como cineasta, cierta elite de la crítica, habituada al regodeo intelectual "entre ellos", lo tiene entre uno de sus niños mimados. Este es un ejemplo que se suma a muchos otros conocidos en los últimos tiempos y anticipados por esa elite como merecedores de culto. En su segunda película, pretenciosa y aburrida, el cineasta reúne a un grupo de "newyorkers" sólo preocupados por el sexo en todas sus variantes para registrarlos con una cámara sucia o, todo lo contrario, atenta a los colores estridentes de los ámbitos donde las transgresiones de ese orden son habituales. Es más: las secuencias armadas en 3D que acompañan a los títulos del principio y del fin de la película tienen una sutileza digna de admiración.
Sin embargo, en un tris, la sutileza se va al demonio: pasa del voyeurismo sexual a la pornografía, pura y dura. Todo lo que se dice es absolutamente banal, todo lo que se muestra supera las palabras: Shortbus es mucho más "pesada" que muchos films deliberadamente porno. Aquí todo lo que se ve y se hace es explícito, en innecesario primer plano. La primera escena puede sorprender o indignar -mucho y justificadamente- a cualquier espectador sensible a estas cuestiones o simplemente no alertado. La segunda suena a exceso del exceso y así sucesivamente, hasta el empacho, en medio de la nada. En todo caso, ¿cuál es la sentido de una historia con estilo copiado a pantógrafo del cultivado por Robert Altman (todos los personajes cruzan sus vidas en un lugar, en este caso en el tugurio epónimo) pero sin historias sólidas, sólo con primeros planos de órganos sexuales a todo vapor?
Cameron Mitchell sabe filmar. El problema es lo que filma y por qué lo filma. Peor todavía, es que haya quienes apoyen este tipo de films pretenciosos, en verdad huecos, con sofismas capaces de explicar y justificar lo injustificable. Queda claro: todo depende de la honestidad del observador.
Evidentemente, más allá de un problema moral respecto del sexo, lo que más molesta de Shortbus es su dudosa ética frente al arte cinematográfico, reducido, por decreto, a mera pornografía en busca de escándalo.
Una duda: a la sala de la comisión calificadora que le tocó juzgar esta película, ¿no le parecieron suficientes los primeros cinco minutos como para considerarla "condicionada"? ¿Habrán estado viendo otra película?
Claudio D. Minghetti (www.lanacion.com.ar)
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