Cesar Hilderbrant escribió en su columna en el diario "La Primera" sobre el matrimonio de Juan Diego Flores, sin dudas el acontecimiento mas ridículo del año...
La familia Trappe
“La crema y nata de la sociedad”, dicen, “asistió a la boda del año”, confirman. “Para que el público arremolinado escuchara se pusieron parlantes en el atrio principal de la Basílica Catedral”, informaron.
“La novia lucía un vestido de 20,000 dólares modelo strapless, con una cola de tres metros, diseñado por el famoso vestuarista italiano Massimo Gasperon”, precisan.
“El novio lució un traje clásico de Ermenegildo Zegna”, investigaron.
“La tiara de Swarovski que lucía la novia tenía diamantes y brillantes”, se ha dicho rigurosamente.
Donde podría haber discrepancias que sólo el futuro resolverá es en el tema de a qué institución pertenecían los cadetes que, en número de ochenta, formaron uno de los cinco anillos de seguridad: “eran cadetes de la Escuela de Oficiales del Ejército”, dijo “Ojo”; “Perú 21” les atribuye, en cambio, pertenencia a la Policía Nacional del Perú. En lo que ambas crónicas coinciden es en el hecho de que la seguridad privada de la ceremonia estuvo a cargo de “Control Security”, una empresa peruana que sólo contrata a menores de 30 años que sean cinturón negro y hablen un par de idiomas.
Otro aspecto que la historia deberá dilucidar es la nacionalidad de la novia. “Alemana”, dice “La República”; “australiana” dice el resto de la prensa. De lo que todos también están seguros es de que la novia, doña Julia Trappe, preguntada sobre cómo había visto el protocolo político-eclesiástico, señaló con simpática espontaneidad: “Increíble, increíble, increíble”.
Tampoco hay dudas en relación al porqué el tenor Juan Diego Flórez escogió la Misa en Do Mayor de Beethoven para abrir la actuación del Coro Nacional y la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Lima: porque cantando esa misa él debutó como solista en Ayacucho, en 1993, alentado por el entonces obispo Juan Luis Cipriani, tan recordado en esa época en Huamanga por su tesis “La Coordinadora Nacional de los Derechos Humanos y los valores eternos del Vaticano”.
El diario “La República” añade una pincelada sentimental a la ya histórica jornada: hablando de la congresista Luciana León, famosa por sus ensayos precoces y sus puntos de vista siempre audaces, señala: “Se emocionó hasta resquebrajar su voz cuando comentó la ceremonia”. Su muy recordado padre, don Rómulo León, patriarca a su manera del partido que hoy nos gobierna, estaba a su lado. Si nos atenemos a la crónica del periódico en cuestión, concluiremos que “Pilar Nores fue la mejor vestida”. No esperábamos otra cosa, desde luego.
Es probable que de igual forma hayan opinado “los 162 periodistas internacionales que cubrieron la boda”, según apuntaron algunas crónicas. Y es posible que esa legión de hombres de prensa se haya igualmente admirado por la magnificencia de la Catedral, el dorado del Salón de los Espejos municipal, el peinado de dos mil dólares de la bellísima novia, construido por Enzo Vitale, o el menú de varias decenas de miles de dólares de la llamada “dama del cáterin”, es decir la incomparable Marisa Giulfo: Huevos de codorniz mimosa; Tataki de atún con salsa de vitello tonnato; Caviar de Salmón; Dedales de pepinillo –para citar sólo algunas de las delicias presentadas durante la recepción y fiesta en el Museo de Osma–.
Nadie se pudo explicar, sin embargo, por qué no vino doña Nicoletta Mantovani, viuda, a los 37 años, de Luciano Pavarotti, y nadie era tan viejo, entre los 800 invitados, como para recordar que la última vez que la Catedral de Lima acogió una boda fue el 12 de febrero de 1949, día en que se casaron doña Hilda de Baviera, hija del príncipe Ruperto, y el muy limeño Juan Locke de Loayza. Todos entendieron, sin embargo, que los novios no tuvieran luna de miel. Al final de cuentas, primero están las obligaciones y la agenda extenuante del tenor. Y, por otra parte, no es que ellos desconozcan de modo absoluto las variadas implicancias del matrimonio: convivieron cinco años antes de casarse civilmente el año pasado.
Alemana o australiana, no importa, doña Julia Trappe pareció peruana cuando dijo que le encantaban “el cebiche y el caucau”. O cuando, según algunos indiscretos, maldijo en la lengua de Cervantes al enterarse de que el Cadillac de los años 50 que debía llevarla a la Catedral había sufrido un pasajero desperfecto.
Lo que no parece muy justo es que tantos se hayan ocupado de la noche del sábado y tan pocos hayan escrito sobre la del viernes. En efecto, esa noche de vísperas reales el presidente de la región Callao, don Alex Kouri, mandó decorar la fortaleza del Real Felipe de un modo que sólo un europeo viajado podía entender. Y es que esa fiesta estuvo dirigida, precisamente, a los 200 invitados extranjeros de la señorita Julia. ¿Que quién la organizó? Nada menos que Marisol Crousillat, otra famosa dama de nuestra sociedad. Como dijo el doctor García: “Que todo sea felicidad”.