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martes, 6 de mayo de 2008

Generales Gallina, Por César Hilderbrandt


El general Gallina va al megajuicio del gángster Fujimori y dice:
“No me acuerdo”
“Nunca me enteré”
“¿Qué documento?”
“Yo hacía análisis de Inteligencia”
“¿Cómo iba a saberlo si no era mi área?”
“Eso ya se lo contesté al doctor Nakasaki”
El general Gallina era muy valiente cuando mandaba cavar sus fosas a las víctimas, o decidía volar con una granada una barraca de paisanos, o saludaba con voz de trueno a Hermoza Ríos en los desfiles militares.

Era muy valiente con los desarmados y con los indefensos. Era un tigre con las viejas de Cayara, los churrupacos de Barrios Altos, los sindicalistas del Santa, el periodista de Los Cabitos.

El general Gallina desciende en sucesión vertical de Mariano Ignacio Prado y Ochoa, el huanuqueño general presidente que se fue de viaje en plena guerra con Chile, por un lado, y del general Atahualpa, que se dejó atrapar en plena plaza y permitió que un patán nos enseñara el castellano, por el otro.

El afluente mayor de este Amazonas gallináceo es don Mariano, por supuesto. Porque Atahualpa como que improvisó el miedo. Prado, en cambio, elaboró un miedo paciente y, casi se diría, magistral.Su historia ha sido piadosamente preservada por los que mandan porque, al fin y al cabo, don Mariano es uno de los fundadores del Perú plutocrático aun hoy vigente. No se puede reconocer así nomás que el bisabuelo fue un traidor y que el árbol genealógico de la derecha peruana abunda en asaltabancos como Echenique y en huidizos raudos como los de algunas batallas por la defensa de Lima.

La historia del Perú que se cuenta a los escolares narra sucesivas desgracias pero no nombra responsables. Como si la desgracia llegara con el clima como un maná invertido.Chile nos declaró la guerra el 5 de abril de 1879, en plena presidencia de Mariano Ignacio Prado, la que había empezado el 2 de agosto de 1876. Al principio, hubo esperanzas. Pero con la pérdida de la fragata “Independencia” y del blindado “Huáscar”, en octubre de 1879, el mar quedó descubierto y el desembarco de las soldadescas del sur se vio como inexorable.

El 18 de diciembre de 1879, en plena guerra, con la flota chilena asomándose por el Callao, Mariano Ignacio Prado, el presidente de la República, el comandante de todos los ejércitos, el Director de la guerra, se va en secreto del país que debía defender hasta la última hora. Se va de noche y en secreto.Deja al incompetente general Luis La Puerta como presidente. Y deja, para la Historia General de la Cobardía (todavía no escrita), la siguiente proclama:“Conciudadanos: Los grandes intereses de la Patria exigen que hoy parta para el extranjero, separándome temporalmente de vosotros, en los momentos en que consideraciones de otro orden me aconsejan permanecer a vuestro lado. Muy grandes y muy poderosos son, en efecto, los motivos que me inducen a tomar esta resolución. Respetadla, que algún derecho tiene para exigirlo así el hombre que como yo sirve al país con buena voluntad y completa abnegación… Al despedirme, os dejo la seguridad de que estaré oportunamente en medio de vosotros. Tened fé en vuestro conciudadano y amigo”. Mariano Ignacio Prado. Lima, Diciembre 18 de 1879.”

Se va don Mariano y no dice por qué. Se va y no dice por cuánto tiempo. Se va a hurtadillas. Se va como se van los allanadores, los ladronzuelos, los donjuanes aventajados. Y después dirá que se fue en secreto “para evitar que lo supiese el enemigo, que a la sazón cruzaba con su flota por el Callao”. Y añade: “(Y también) para no caer prisionero, como habría sucedido en una de las veces que los chilenos abordaron el buque, si hubieran sospechado que yo iba en él”. (Declaración de Nueva York, 7 de agosto de 1880).

¿Y por qué se va? Siempre lo repitió: para comprar él mismo, en persona, los blindados que nos hacían falta para restaurar el equilibrio naval. Los biógrafos alquilados por sus descendientes, los cobardes que encontraron en él un paradigma inconfesable, los generales Gallina de todas las épocas vienen de esa misma noche del 18 de diciembre de 1879.

¿Y logró algo esta madre de todos los Gallinas? Por supuesto que no.

En esa misma declaración neoyorquina admite: “Desgraciadamente nada he podido hacer todavía. Sin recursos, desautorizado y contrariado y enfermo como me encuentro, todos mis esfuerzos se escollan ante las dificultades que me rodean; no desespero, sin embargo; esas mismas dificultades son un estímulo más para insistir en mi propósito y mi trabajo”.

Lo que no dice es que cualquier gestión para comprar armas o buques hubiese tenido que hacerse en Europa, no en Nueva York, desde donde trata de explicarse. Y lo que no aclara es que era imposible comprar armas a ninguna potencia una vez declarada la guerra, dada la declaración de neutralidad que Inglaterra alentó y cundió en todos los frentes.Piérola toma el poder tras la huida de don Mariano. Piérola es valiente pero toma las peores decisiones porque tiene que prescindir de los jefes militares leales a Prado. Improvisa y yerra. Innova y hunde más al país. Prado no sólo se ha fugado sino que ha asegurado la derrota del Perú. Misión completa.Sus biógrafos de alquiler dicen que el mismo día de la declaración de guerra, don Mariano renunció al generalato divisionario con que Chile –donde vivió varios años– lo había investido por su amistad especial.

En efecto, don Mariano, como presidente de facto tras derrocar a Diez Canseco, había salvado a Chile del bombardeo de la flota española en 1866. Y lo había hecho con la mirada americanista que Chile parecía alentar también. Cuando la flota peninsular bombardeó Valparaíso, nuestra armada salió en defensa del vecino agredido. Chile no había encargado todavía la construcción de los blindados con que nos aplastaría trece años después.Prado regresó al Perú sólo en 1886. Como en el Perú el olvido es siempre lo más conveniente, no fue juzgado. En 1899 dicen que empezó a sentirse mal. Entonces se fue a París, donde quiso morir y donde murió el 5 de mayo de 1901 a la muy noble edad de 75 años.

Hubo discursos emocionados y bandas militares.De esos sedimentos, de esa Taboada ancestral y oculta, vienen los generales Gallina, los que se arrodillaron ante Fujimori, el otro fugitivo, el de nuestra época. De allí vienen las sombras y los sarros. De allí proceden los salazar, los hermoza, los rivas y sus escribas subarrendados.

lunes, 7 de abril de 2008

Sobre la huachafería del año


Cesar Hilderbrant escribió en su columna en el diario "La Primera" sobre el matrimonio de Juan Diego Flores, sin dudas el acontecimiento mas ridículo del año...

La familia Trappe

“La crema y nata de la sociedad”, dicen, “asistió a la boda del año”, confirman. “Para que el público arremolinado escuchara se pusieron parlantes en el atrio principal de la Basílica Catedral”, informaron.

“La novia lucía un vestido de 20,000 dólares modelo strapless, con una cola de tres metros, diseñado por el famoso vestuarista italiano Massimo Gasperon”, precisan.
“El novio lució un traje clásico de Ermenegildo Zegna”, investigaron.
“La tiara de Swarovski que lucía la novia tenía diamantes y brillantes”, se ha dicho rigurosamente.

Donde podría haber discrepancias que sólo el futuro resolverá es en el tema de a qué institución pertenecían los cadetes que, en número de ochenta, formaron uno de los cinco anillos de seguridad: “eran cadetes de la Escuela de Oficiales del Ejército”, dijo “Ojo”; “Perú 21” les atribuye, en cambio, pertenencia a la Policía Nacional del Perú. En lo que ambas crónicas coinciden es en el hecho de que la seguridad privada de la ceremonia estuvo a cargo de “Control Security”, una empresa peruana que sólo contrata a menores de 30 años que sean cinturón negro y hablen un par de idiomas.

Otro aspecto que la historia deberá dilucidar es la nacionalidad de la novia. “Alemana”, dice “La República”; “australiana” dice el resto de la prensa. De lo que todos también están seguros es de que la novia, doña Julia Trappe, preguntada sobre cómo había visto el protocolo político-eclesiástico, señaló con simpática espontaneidad: “Increíble, increíble, increíble”.

Tampoco hay dudas en relación al porqué el tenor Juan Diego Flórez escogió la Misa en Do Mayor de Beethoven para abrir la actuación del Coro Nacional y la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Lima: porque cantando esa misa él debutó como solista en Ayacucho, en 1993, alentado por el entonces obispo Juan Luis Cipriani, tan recordado en esa época en Huamanga por su tesis “La Coordinadora Nacional de los Derechos Humanos y los valores eternos del Vaticano”.

El diario “La República” añade una pincelada sentimental a la ya histórica jornada: hablando de la congresista Luciana León, famosa por sus ensayos precoces y sus puntos de vista siempre audaces, señala: “Se emocionó hasta resquebrajar su voz cuando comentó la ceremonia”. Su muy recordado padre, don Rómulo León, patriarca a su manera del partido que hoy nos gobierna, estaba a su lado. Si nos atenemos a la crónica del periódico en cuestión, concluiremos que “Pilar Nores fue la mejor vestida”. No esperábamos otra cosa, desde luego.

Es probable que de igual forma hayan opinado “los 162 periodistas internacionales que cubrieron la boda”, según apuntaron algunas crónicas. Y es posible que esa legión de hombres de prensa se haya igualmente admirado por la magnificencia de la Catedral, el dorado del Salón de los Espejos municipal, el peinado de dos mil dólares de la bellísima novia, construido por Enzo Vitale, o el menú de varias decenas de miles de dólares de la llamada “dama del cáterin”, es decir la incomparable Marisa Giulfo: Huevos de codorniz mimosa; Tataki de atún con salsa de vitello tonnato; Caviar de Salmón; Dedales de pepinillo –para citar sólo algunas de las delicias presentadas durante la recepción y fiesta en el Museo de Osma–.

Nadie se pudo explicar, sin embargo, por qué no vino doña Nicoletta Mantovani, viuda, a los 37 años, de Luciano Pavarotti, y nadie era tan viejo, entre los 800 invitados, como para recordar que la última vez que la Catedral de Lima acogió una boda fue el 12 de febrero de 1949, día en que se casaron doña Hilda de Baviera, hija del príncipe Ruperto, y el muy limeño Juan Locke de Loayza. Todos entendieron, sin embargo, que los novios no tuvieran luna de miel. Al final de cuentas, primero están las obligaciones y la agenda extenuante del tenor. Y, por otra parte, no es que ellos desconozcan de modo absoluto las variadas implicancias del matrimonio: convivieron cinco años antes de casarse civilmente el año pasado.

Alemana o australiana, no importa, doña Julia Trappe pareció peruana cuando dijo que le encantaban “el cebiche y el caucau”. O cuando, según algunos indiscretos, maldijo en la lengua de Cervantes al enterarse de que el Cadillac de los años 50 que debía llevarla a la Catedral había sufrido un pasajero desperfecto.

Lo que no parece muy justo es que tantos se hayan ocupado de la noche del sábado y tan pocos hayan escrito sobre la del viernes. En efecto, esa noche de vísperas reales el presidente de la región Callao, don Alex Kouri, mandó decorar la fortaleza del Real Felipe de un modo que sólo un europeo viajado podía entender. Y es que esa fiesta estuvo dirigida, precisamente, a los 200 invitados extranjeros de la señorita Julia. ¿Que quién la organizó? Nada menos que Marisol Crousillat, otra famosa dama de nuestra sociedad. Como dijo el doctor García: “Que todo sea felicidad”.

jueves, 27 de marzo de 2008

El odio del Dr. García


Por: Cesar Hilderbrandt
Fuente: Diario La Primera

Me siguen preguntando en la calle, generalmente con buena fe: ¿Cuándo regresa usted a la tele?
Creen que de mí depende.

Y creen también que estoy desesperado por volver al asunto de las luces, los coordinadores, los reportajes recién terminados de editar.

No saben lo tranquilo que me siento escribiendo esta columna que Arturo Belaunde tuvo a bien devolverme hace unos días, volviendo a la radio desde el próximo martes, leyendo dos libros por semana, yendo a ver el cine que nos gusta –que no es el cine idiota norteamericano–, dedicado al tan desatendido arte de vivir.

Veo la tele peruana de señal abierta a veces y tengo la sensación de que es una casa matriz con distintas sucursales numéricas. Porque las sucursales dicen las mismas cosas, censuran a la misma gente, guardan los mismos silencios.

Y se callan sobre todo en torno a “la ley patriótica” que Alan García ha puesto en vigencia sin haberla promulgado. Esa ley que nadie ha escrito pero que casi todos acatan y que le permite al ambiguo juntacadáveres que hace de ministro del Interior seguir en su puesto y seguir dando náuseas. Esa ley que ha impuesto el fascismo balbuceante del jefe de la policía, que se atreve a acusar sin pruebas, condenar sin jueces y detener a militantes de izquierda que han decidido hacer política abierta. La ley que le permite a los cerdos del hortelano ver a las FARC en el norte, cruzando Aguas Verdes; en el Putumayo, yendo y viniendo de Colombia; en Iquitos, “exacerbando” los ánimos; en el sur, detrás del presidente regional de Puno, calumniado por el ex agente de la CIA Luis González Posada; en Pichanaki y en Andoas, alentando reclamos territoriales y comuneros. ¡Pero si parecemos gobernados por las FARC!

Ese facho con uniforme de general de la Policía ha decidido que pensar distinto es pasible de cárcel. Y ha metido presos a estudiantes que, hartos de este sistema que convierte en general a cualquiera, apuestan por una opción radical y desarmada.

Y nadie dice nada. Y la tele es la que más dice nada. Claro, si yo volviera a la tele no me quedaría callado ni haría de gallinita ciega como la hija del Piojo ni me disfrazaría de idiota para hacer juego con Miyashiro, como tiene que hacer cada noche el muy talentoso Beto Ortiz (que ignora que su trabajo de fritanguista en Nueva York tenía muchísima dignidad, si de comparaciones se trata). Bueno, el asunto es que la tele noticiosa y periodística es hoy en el Perú el spá de Alan García, la adormidera perfecta, la lobotomía ambulatoria. Y no sólo respecto de lo que está pasando en el Perú. Su amarillismo es ecuménico y sus productores suponen que el mundo es el par de notas aparatosas que propalan cada vez que un diputado le pega a otro en el parlamento de Taiwán o cada vez que una niña como Madeleine desaparece de un centro turístico.

Se diría que la TV nacional es idiota por un imperativo de codicia. Si no lo fuera, entonces la SUNAT, que es chaira de Palacio, le cobraría a Ivcher los 54 millones de soles que se niega a pagar. Y Genaro dejaría de ser el ilegal administrador judicial que es. Y el Porfirio Díaz de la chingada antena no podría haberse apoderado de dos canales peruanos (el 9 y el 13). Y Canal 4, que es tan valiente con el personal de servicio del gobierno, quizás se saldría de la pesada gravedad del diario al que pertenece. Pero entonces tendríamos una TV sintonizada con algunos malestares sociales. Y eso es algo que el doctor García, que pregunta por mí cuando cree que ya no voy a regresar, jamás permitirá.

Un amigo más o menos común me ha dicho que el doctor García me odia visceralmente desde que puse bajo la luz pública a su encantador último hijo. Me parece muy bien: es su derecho odiar. Lo que no me parece tan bien es que ese odio trascienda los linderos de Palacio, los límites de su alcoba, y llegue hasta la gente que quisiera apoyarnos en radio San Borja y que no lo hace porque está asustada, porque le han dicho que si pone un auspicio le caerá la autoridad tributaria que no le cobra a Genaro ni un solo centavo, porque ha recibido una llamada telefónica de un amigo próximo a los altos niveles.

Hace días, Mirko Lauer tuvo a bien preguntarse por qué un empresario liberal no se animaba a ponerme en pantalla. Aquí va un ensayo de tardona respuesta: primero, porque no hay empresarios liberales cercanos a la TV; segundo, porque el odio presidencial de García resulta decisivo. Ni con Fujimori estuvo la TV peruana tan agachada y puta.

Posdata: Al cierre de esta columna me llega una noticia alentadora: Miguel del Castillo, hijo predilecto de don Jorge del Castillo, coanimará un programa político que Canal 11 transmitirá los domingos por la noche. ¡La TV nacional empieza a desapristizarse!

martes, 18 de marzo de 2008

Mirko Lauer opina sobre Hilderbrandt

No soy amigo, ni admirador, ni siquiera simpatizante del periodista César Hildebrandt. Aun así, su columna me resultaba el principal argumento para visitar La Primera. Ahora me dicen que Hildebrandt partió porque el diario izquierdista no tenía manera de pagarle. Con lo cual por el momento Hildebrandt sale de las pantallas del radar periodístico.


Es muy extraño que el periodista que consistentemente gana las encuestas del who is who profesional haya llegado al desempleo. Algunos dicen que ese es un comentario sobre su personalidad. Probablemente sí, o también. Pero no hay manera de que no sea también un comentario sobre los propietarios de los medios audiovisuales en el Perú.

Puede haber una familia de la TV o radio que deteste a Hildebrandt al grado de excluirlo de toda contratación. ¿Pero todas? El periodista mismo ha opinado que su veto llega de las alturas de Palacio, y de allí se expande por todo el ansioso negocio de la noticia. Aunque la idea de un Palacio que influye incluso en los opositores es complicada, no imposible, de entender.

Todavía está fresca la conversación de un fluctuante propietario de canal con Vladimiro Montesinos ofreciendo la cabeza parlante de Hildebrandt a cambios de favores varios. De modo que la idea de presiones políticas, no necesariamente o no solo de Palacio, para mantener periodistas fuera del aire no es tan exótica como piensan algunos.

Pero quizás no se necesita poderes o conspiraciones oficialistas para explicarse el ostracismo de Hildebrandt. Cada vez más los dueños de medios en el Perú se han ido acostumbrando a trabajar menos con periodistas y más con locutores. Un Hildebrandt que ha hecho del desafío (incluso al propietario del medio) su razón de ser puede resultar incómodo.

Hay en todo esto algunas lecciones importantes. Una de ellas es que el espacio audiovisual local es más uniforme de lo que parece, que ya es mucho, respecto de qué quiere y qué no. Como en la frase atribuida al columnista Walter Lippman, cuando todos están pensando parecido, nadie está pensando demasiado. Más todavía cuando los principales avisadores piensan todo parecido.

Desde el punto de vista de la Ley de Sociedades Mercantiles las empresas están en su derecho de contratar a Hildebrandt o no. Desde el punto de vista del servicio al público, una hipotética asociación de usuarios de TV (i.e. la opinión pública) algo tendría que decir sobre esta aparente debilidad de la libre competencia.

¿Podrá esta situación de rostro casi monopólico cambiar cuando la TV digital multiplique los canales dentro de poco? No si los nuevos canales van a las mismas manos o si solo pasan a manos del Estado que amablemente concede las licencias. ¿Existe el empresario liberal dispuesto a contratar a Hildebrandt en su canal a pesar de discrepar con sus ideas y su estilo?

Mirko Lauer

lunes, 25 de febrero de 2008

"Por qué odio los Oscar" Por Cesar Hilderbrandt



El chato Hilderbrandt, punzocortante como siempre escribió una genial nota sobre su odio a los premios oscar.

Mi odio hacia la ceremonia de los Oscar sólo puede compararse con el que siento por los matadores de focas bebés.
Y sí, algo también se mata con los Oscar, algunas cosas sucumben en ese escenario que es el olimpo de la vanidad más grande con el menor respaldo posible. El buen gusto, por ejemplo, resulta varias veces muerto. Y también, por lo general, se mata a la justicia. Para el primero de los crímenes están los comentarios al borde de la alfombra roja y los modelitos que las divas llevan a cuestas. Para lo segundo –el asesinato constante de la justicia– está la elección sistemática de lo banal y lo externo, la consagración previsible de todo aquello que la industria cinematográfica ha decidido construir como nueva mercancía.
Cientos de millones de seres humanos pasteurizados por Hollywood se han pegado anoche al televisor. Muchos más de los que vieron, a esa misma hora, el documental de Nat.Geo sobre el calentamiento global. Y muchos más de los que han visto las películas que se disputaban ese trofeo ridículo ideado por un empleado de la Metro en 1928.
Debo explicarme mejor: mi odio por los Oscar es inversamente proporcional a mi amor por el cine. Porque resulta que lo que a mí me parece premiable no lo es para la mafia de Los Ángeles y lo que es maravilloso para la mafia a mí me parece, casi siempre, un fiasco.
La llamada “Academia etcétera” –un club endogámico donde los actores se premian entre ellos, las actrices se van rotando en el trono de mimbre y el lobby judío ejerce una influencia enorme– jamás premió a Hitchcock o a Kurosawa, a Bergmann o a Fellini, pero podría hacerse un tomo del tamaño de la guía telefónica con la lista de medianías sin remedio que han dicho “gracias, muchas gracias” después de recibir su premio.
No premiaron a Orson Welles por “Ciudadano Kane”, pero le dieron once de esas cosas doradas a “Titanic”, un naufragio de película. Y encima convirtieron en non plus ultra como actriz a Kate Winslet, de quien nadie hablará dentro de cinco años.
Y en un año en el que había que premiar a actores negros porque así lo exigía lo políticamente correcto, entonces le dieron su Oscar a Forest Whitaker, uno de los peores actores que he visto en varias décadas de cinéfilo. Pero, claro, se lo dieron porque hizo el papel de Idi Amín y, en ese caso, la presión del lobby judío –el rescate de Entebbe: negro caníbal versus inteligencia israelí– hizo lo suyo. Como hizo lo suyo a la hora de premiar al insoportable Roberto Benigni por “La vida es bella”, una huachafada insultante para quienes de verdad sufrieron los horrores de los campos de exterminio nazis.
Cómo serán de tramposos y enrevesados estos administradores de honores truchos que hicieron de Cecil B. De Mille, un director de cartón para películas de cartón-piedra y trompetas romanas, poco menos que un genio. Cuando la verdad es que el señor De Mille era un paisajista holístico y un José María Pemán recreando la Biblia para el canal 33.
A “Lo que queda del día” no le dieron ni un Oscar de hojalata, pero le entregaron cuatro a “Cleopatra”, con Elizabeth Taylor haciendo de reina egipcia maquillada por Elsa Maxwell en un ataque de lujuria lésbica. Y a “El hombre elefante”, ni el cobre, pero sí a ese bodrio cecilbedemilesco llamado “El espectáculo más grande del mundo”.
Nunca premiaron a Richard Burton porque les caía gordo que fuera tan borracho, tan talentoso y tan exitoso con sus mujeres (y que, además, recitara con voz de guarapero mundial a ese otro borracho glorioso llamado Dylan Thomas). Y nunca le dieron nada a Alber Finney probablemente por las mismas razones.
No nominaron a Jodie Foster por “Pequeño Tate”,una película brillante, pero sí a Sofía Coppola por “Lost in Translation”, un aborto pentamesino de película.
Y así podríamos seguir. Los Oscar son la farsa más exitosa del mundo. Sólo ciertas Iglesias están por encima. Y la alfombra roja –no lo olviden– está siempre en todas las grandes farsas: bodas, celebraciones de hermandad, inauguraciones de gobiernos.

Tiempos Violentos: Solo una objeción, Kurosawa si fue galardonado con un oscar en 1951 por la cinta "Rashomon" en la categoría de mejor película extranjera.